A Francia Márquez le alcanzó un vestido blanco, azul y amarillo con profusión de volados para mostrarle al mundo que asumía su cargo como vicepresidenta de Colombia dispuesta a reivindicar su condición de afrodescendiente. La abogada ambientalista, nacida en Cauca, en una familia pobre, eligió expresar su lucha por las minorías colombianas del Pacífico en un país que suele enfocarse en sus mayorías blancas, tanto en la campaña electoral que llevó a cabo junto a su compañero de fórmula Gustavo Petro como a en cada actividad cotidiana que realiza en el ejercicio de sus funciones.
Para transformar su vestimenta en una herramienta política Márquez contó con un aliado impensado: Esteban Sinisterra Paz, un joven de 23 años, estudiante de Trabajo Social y diseñador de indumentaria, que se inspira no sólo en los colores y las texturas del África, de donde proviene mucha de la población colombiana del Pacífico, sino también de los cortes de la ropa típica de la región.
"En conjunto con Francia quisimos visibilizar lo que se invisibiliza en nuestro país: el gran aporte afrodescendiente. Si bien en las estadísticas somos minoría, constituímos el 95% de la población de Buenaventura, el tercer puerto del país, y hemos colaborado en la construcción de Colombia, aunque solo se reconozca la cultura 'paisa'", le señala Sinisterra a Télam. A la vez, reconoce que a través de su moda busca “tomar una posición política y colonizar la moda reivindicando sus orígenes”.
Curiosamente, el diseñador que se identifica en las redes sociales como @esteban_african_oficial importa muchos de los tejidos con los que realiza sus diseños desde África, pero sueña con crear escuelas de diseño a lo largo de todo Colombia para confeccionar tejidos en cooperativas que protejan a los trabajadores y les paguen un salario justo. "En eso coincidimos con Francia, en la búsqueda de la inclusión a través de la moda. En buscar lo colectivo", agrega el diseñador, que a partir de la elección de la vicepresidenta vio sumarse a sus clientas a mujeres de los estamentos del poder político y económico.
Pero lo que lograron Márquez y Sinisterra no constituye un acontecimiento aislado sino una tendencia fundada en la relación de complementaria que pueden tener la política y la moda. “Desde siempre los poderosos han impuesto su estilo. Sucedió durante la hegemonía del imperio español, cuando todos los europeos se vestían de negro como Carlos V, y en la Francia de los luises que contagió al mundo su pasión por las pelucas”, sintetiza el diseñador Francisco Ayala, presidente de la Cámara Argentina de la Moda e impulsor de las tendencias autóctonas en las pasarelas argentinas.
Para definir esa búsqueda de la identidad a partir de la vuelta a los orígenes, Ayala recurre al significado de la palabra africana “ubuntu”. “Soy lo que somos. Ella da señales de quién es a través de lo que lleva puesto. Es fiel a sí misma y a lo que representa”, explica el creador, quien transmite su impresión sobre la recepción que tienen las propuestas ligadas a las culturas ancestrales, a partir de lo que sucedió en la presentación de su colección más reciente, pródiga en fibras autóctonas, estampas precolombinas y diseños que evocan los paisajes del Litoral: "Ese tipo de prenda toca alguna fibra en el interior de la gente. Quizás apunta a las emociones. Uno lo ve en los desfiles".
El mismo Ayala apunta un antecedente que quedó en la memoria de todos: los sacos con motivos de aguayos y los ponchos con diseños aymara que popularizó el ex presidente boliviano Evo Morales, a partir del trabajo de su compatriota, la diseñadora Beatriz Canedo Patiño. De la mano del dirigente cocalero aguayos y ponchos llegaron a las pasarelas de todo el mundo y se metieron en el guardarropas de varios famosos como el mismo Leonel Messi a quien el presidente boliviano le regaló esa prenda de abrigo en 2013.
Para Morales las prendas no fueron una elección azarosa, sino una afirmación de su identidad aymará. “Siento que no hicimos quedar mal al poncho, al aguayo y a la abarca. Demostramos que el movimiento indígena sabe gobernar”, escribió en plena crisis previa al golpe en su cuenta de Twitter.
Además de Evo Morales, América Latina fue pródiga en estampas de otros dirigentes que hicieron suyas las ropas de los pueblos originarios. Es el caso del ecuatoriano Rafael Correa, quien durante su presidencia popularizó las camisas bordadas con motivos precolombinos y recurrió a la artesana Teresa Casa Ponce para obsequiar con su arte de figuras antropomorfas de rasgos geométricos delineadas por hilos coloridos para homenajear a otros mandatarios.
A la legión de mandatarios dispuestos a reivindicar sus orígenes y sus convicciones el venezolano Hugo Chávez, su sucesor Nicolás Maduro, el peruano Pedro Castillo e, incluso, en algunas ocasiones, Lula Da Silva, reivindicaron el traje de cuello cerrado confeccionado de algodón o lino que, al menos en Venezuela tiene nombre propio “liquiliqui” e identifica a los hombres de los llanos que lo usan en ceremonias y para bailar el tradicional joropo.
Para su asunción en julio de 2021, Castillo le agregó al traje su impronta personal: motivos andinos y un sombrero alto de paja blanca muy popular en las zonas rurales de su ciudad natal: Chota, en el departamento de Cajamarca.
Los políticos de las naciones caribeñas también popularizaron en sus apariciones públicas una prenda de origen tan incierto como característico para los climas tropicales: la guayabera. La supieron usar Fidel y Raúl Castro, Hugo Chávez en un tono rojo tomate, y hasta el mismo rey de España Felipe VI cuando visitó Cuba como gesto de amistad y concordia.
“La moda siempre fue importante pero ahora ocupa un lugar cada vez más destacado como forma de expresión del cuerpo, pero también del pensamiento y del sentimiento. de algún modo la ropa es un modo de empoderamiento”, apunta la socióloga, Susana Solquin, dedicada hace 40 años a la sociología de la moda y autora de numerosos libros sobre el tema, entre ellos “Políticas de las apariencias”. Desde su experiencia, la especialista se anima a definir a la moda como “una herramienta política”.
Pero la opción por las prendas típicas no se da solo en el ámbito latinoamericano. Muchos mandatarios africanos han reivindicado sus orígenes y desdeñado la vestimenta occidental. Es el caso de Mobutu Sese Seko, presidente del antiguo Zaire hoy Congo entre de 1965 y marzo de 1997, quien instauró una política de “autenticidad cultural” prohibió el traje e instauró el “abacost”, una suerte de túnica con cuello Mao que él mismo usaba siempre. Por su parte Jacob Zuma, quien fue presidente de Sudáfrica entre 2009 y 2018 se animó a un traje ceremonial zulú durante el casamiento con su sexta esposa.
En la actualidad Macky Sall, el presidente de Senegal, recibe mandatarios extranjeros ataviado con túnica y el tradicional kufi o gorro corto.
En Asia, Ebrahim Raisi de Irán lleva el tradicional turbante musulmán en tanto que a Jalifa bin Zayed Al Nahayan, el presidente de los Emiratos Árabes Unidos que falleció en mayo, jamás se lo veía sin su túnica y su Kufiyya, la prenda que cubre la cabeza de los hombres y es una muestra de orgullo por la identidad árabe. Idéntica vestimenta podrán verle a Tamim bin Hamad Al Thani, el emir de Qatar, los argentinos que viajen a alentar a la selección en el próximo mundial.
En Oceanía, en cambio, el presidente de Fidji, el empresario William Katonivere popularizó posó junto a diplomáticos extranjeros con una versión elegante de una falda tradicional de los nativos de las islas, parecida a un pareo que se denomina “sulu”.
En la Argentina los políticos se han mantenido fieles a las tendencias de moda internacionales, salvo excepciones como Mario Ishii, el ex intendente de José C, Paz que usa un tradicional poncho salteño y le llevó esa misma prenda como regalo al papa Francisco. El ex cardenal Jorge Bergoglio recibió otro catamarqueño como obsequio en una visita que le hizo Mauricio Macri cuando era presidente.
Quizás la única política que hizo propia esa prenda tradicional argentina es la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien suele apelar a ponchos de lana de oveja, de vicuña y otras variedades en sus apariciones públicas. "Usar un poncho es un modo de reivindicar su identidad argentina y latinoamericana, de mostrar que eso la define y Cristina lo hace con mucha frecuencia", cuenta Cecilia De Genaro, periodista de moda y creadora de la firma @SomosZorzal, de ponchos de lana merino de oveja orgánica pero trabajados con moldes de sastrería, una de cuyas prendas la Vicepresidenta utilizó en un acto en Lomas de Zamora. Según cuenta la diseñadora, después de que la imagen de Cristina con el poncho adornado con flores bordadas se vio en los medios, le llovieron los pedidos de políticos y empresarios, y algunos de sus ponchos viajaron como regalo para personalidades internacionales.
“La moda no ha muerto y es una herramienta política y de expresión siempre”, insiste Saulquin. Por su parte, el historiador francés Georges Duby en sus “Historia de la vida privada” teorizó que “las grandes revoluciones tienen lugar primero en ese ámbito: en las carnes y las estéticas de las personas”. Lo sabe el primer ministro candiense Justin Trudeau y su elección de una media de cada color para apoyar la diversidad, lo sabe el español Pedro Sánchez que propone la abolición del uso de la corbata para no contribuir al calentamiento global, lo sabe la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris, quien asumió su cargo vestida con pantalones blancos, para emparentar su gestión con la lucha de las sufragistas de comienzos del siglo XX.