Imprimir esta página

Jugar con tierra

Publicado el Miércoles, 10 Abril 2024 14:58 Escrito por Martín Cardón*

Con el sol del otoño en la cresta de la mañana hoy coseché los últimos frutos de la milpa que sembré allá por octubre, cuando el verano apenas se anunciaba. Con esa sabiduría que solo dan las arrugas, los antiguos de las tierras altas nos enseñaron a asociar el maíz, el zapallo, los porotos y el tomate en una misma parcela para aprovechar el espacio, los nutrientes y la humedad del suelo. Esa práctica milenaria de los andinos, con el suceder de los siglos incorporó otros colores y sabores.

Y con la llegada de las espadas de la conquista primero, y de los chacareros inmigrantes después, se fueron sumando el melón y la sandía, la paleta de verdes de la lechuga, la rúcula y la acelga, el aroma intenso del ajo y el romero, las vides para el vino necesario en las noches de carne y fuego.  Se empezó a hablar de chacras, huertas, fincas, surcos, almácigos y acequias; y para celebrar ese sincretismo entre la humita en chala con el guiso carrero se entonaron huaynos, zambas y chacareras en los patios humildes de los ranchos campesinos.

Y la pacha, que generosamente nos cobija a todos sin distinción de colores, fue próspera, cumplió en cada estación los pedidos que el humo mensajero de las rogativas elevó hasta los cielos. Señalando siempre el camino del equilibrio para que todos podamos estar y compartir con ella sin poseerla. Pero con el tiempo le fuimos dando la espalda y menguaron las ofrendas. Se izaron las banderas de la extracción y del consumo desmedido. Usamos, tiramos, ensuciamos y envenenamos para sembrar desiertos. Vinieron, así, los ciclos de cosechas magras y malas pariciones. Desaparecieron los montes con sus yuyos curativos, y los pájaros que anidaban en ellos ya no fueron más que sombras en extinción.

Hoy, bajo el sol de este mismo otoño en el que levanté los últimos frutos de la milpa sencilla que custodia mi patio, casual y paradójicamente me enteré del cierre del Instituto nacional de agricultura familiar, campesina e indígena.  Recordé, no sin tristeza, que también quieren patentar las semillas criollas de los abuelos, que nuestras tierras protegidas del sur ya no serán tan nuestras ni tan protegidas. El resto podemos suponerlo. Nos dirán que para crecer fuertes debemos abrir latas de espinaca, choclo y arvejas, que no malgastemos el tiempo del trabajo jugando con tierra, que compremos la vitamina del sol en la farmacia, que más de tres personas reunidas son peligrosas. Nos querrán solos y mezquinos, colonizados y hambrientos consumiendo la felicidad embotellada.

 Quizás, nos quede el consuelo de portar con orgullo el título de adoctrinadores, idólatras y subversivos cuando el primer cuarto menguante de este mismo otoño sembremos nuevamente los surcos que durmieron durante el verano; y en el agosto de vientos desbocados tomemos los tres tragos de caña con ruda mirando al sol del este y abramos el vientre de los canteros para agradecer y pedir una vez más por aquellos buenos viejos tiempos en los que jugábamos con tierra.

* Martín Cardón - Docente rural y beneficiario del Pro-huerta (INTA)

El texto  llegó al programa Mi Primera Chamba, de Calle Angosta Radio. A continuación, el tramo del programa en el que se leyó.

Visto 2586 veces

Medios