Y es engañoso azar, porque el corazón del hombre es el único responsable del mayor bien o del mayor mal. Elegimos lo uno o lo otro. Pero solamente por nuestros malos actos buscamos justificarnos. Autolegitimarnos a sí mismos y ante los otros de esa elección consciente. Es decir, mentirnos y mentir.
No es cierto lo que “le dice un Romano a Dios, de que no se puede vivir del amor”
Porque contrariamente a lo que se cree, no es verdad de que se ha mejorado universalmente la calidad de vida gracias a la tecnología y a la distribución de bienes, a la expansión de derechos y calidad de la convivencia, tan pregonado por países y sectores con mediana y gran concentración económica, porque en realidad no es un beneficio universal. Gran parte de la Humanidad no vive bien, sino que sobrevive, pero sobrevive por la indiferencia de lo que significa el ser humano.
La calidad de vida se circunscribe –para muchos- al propio bienestar corporal, resguardada en un palacio de cristal donde hay que ignorar al resto, desentendiéndonos ex profeso de que somos una Comunidad. No somos capaces de reconocer ni de exigir responsabilidad sobre las consecuencias de aquel olvido por acción, omisión o indiferencia.
Aun así, sólo ciertos grupos sociales y algunos países con clases medias disfrutan de una mejor calidad de vida; pero muchas veces en desmedro de la pérdida de la libertad de conciencia. La enajenación de las mentes por el consumo infinito y el modo de vida hedonista e individualista, puramente pragmático y materialista, como atractiva noche de luces inventadas, ha oscurecido –eso sí, universalmente- las conciencias. Tanto a los que tienen demasiado como a los que no tienen nada.
Los valores ínsitos de la persona, de la familia y de la comunidad, sufren permanentemente la amenaza de ser reemplazados por inducidos valores culturales y economicistas como el verdadero sentido de la existencia, y que, en realidad, sumen al hombre en una vaciedad e insatisfacción absolutas, que nunca le darán la respuesta buscada. Sólo sinsentido y muerte. Carecen de espíritu y verdad. Niegan la realidad del amor y la solidaridad. Hacen imposible la convivencia. Descreen de la experiencia del reconocimiento para el encuentro con el otro.
La pasión, los ideales y el amor, constituyen el fuego sagrado que mueve a las personas, dándoles razón de ser y no puro azar a su existencia; pero hoy, la pasión es reemplazada por el sentimentalismo y la emoción; los ideales por pensamientos y palabras de los que engañan; y el amor, por el puro placer y el deseo que cosifica. Es decir, la verdad reemplazada por la mentira.
Aunque nadie puede tirar la primera piedra, salir de la mentira, por lo menos una vez, es el comienzo de la saludable experiencia de vivir en la superficie de la Verdad, donde la claridad de lo que somos nos interpela y no admite autojustificaciones. Lo que importa es empezar, y no volver atrás.
El olvido de sí mismo y del otro, la infidelidad, el dolor y la muerte, comienzan con la mentira, que siempre oculta. Y es verdad de que no hay nada mejor que ser lo que realmente somos, sin la deformación que la mentira produce en nosotros y sus consecuencias sobre los otros; porque es posible un reencuentro con nosotros mismos, pero necesitamos la valentía de creerlo y hacerlo posible. Para ello, hay que afrontar la justicia que deviene de la verdad, porque no hay verdad sin justicia, y no hay justicia sin reparación. Sea cual fuere la sin medida de la consecuencia de la mentira.
Nos olvidamos frecuentemente de que no podemos vivir sin afectos, sin amor, sin solidaridad. También de que, aun siendo malos, no damos piedras a nuestros hijos. Y si sufrimos la soledad y el vacío más profundo, como el olvido de una madre, como dice la Biblia, siempre habrá una mano generosa y desinteresada que nos levante, aunque no seamos capaces de pedir ayuda. Y esto, es lo más valioso del significado de lo que somos y que hay que reencontrar.
Que el olvido de que somos humanos con los otros, no sea más fuerte que la oportunidad gratuita del reencuentro; aún con aquellos que no nos aceptan o nos han hecho daño. El amor siempre es más fuerte que el odio y la muerte, pese al odio y a la muerte. Necesitamos de un amor combativo.