La Justicia de nuestro país está pasando por un momento de decadencia que nos hace al menos, preocupar. El Poder Judicial, parece, como sucedió a fines del Siglo XX con las instituciones políticas, estar viviendo un momento de crisis terminal.
Si concebimos la sociedad como un contrato o acuerdo para vivir en comunidad, debemos ver por lo tanto, en qué o en quienes dejamos reposar el “poder” de decidir por sobre los demás. En nuestro caso como país presidencialista, esta capacidad recae sobre el Presidente de la Nación. Por lo que entonces coincidimos que al momento de ceder el poder en algún sector o individuo la cuestión implica la concepción implícita de estar, al mismo tiempo, estableciendo reglas de juego claras y acatadas por la mayoría de la sociedad. Como una parte importantísima de este esquema, que la justicia funcione correctamente es el deseo de todos los ciudadanos de este país. Todos pretendemos que el principio de igualdad ante la ley sea al menos, respetado. En el marco de esta Justicia Show de estos días cada uno de los derechos que constantemente una sociedad debería buscar y consolidar, se convierten en meras declamaciones vacías y sin sentido.
Cómo debemos reaccionar cuando la justicia, un órgano central de poder gubernamental es una parte más de un proyecto político-económico sectorial que está perjudicando claramente a otro sector? Qué sucede cuando un gobierno desequilibra y rompe este contrato social entre las personas? Cuál es la salida para una población defraudada que ve diariamente el deterioro permanente de su nivel de vida en pos del enriquecimiento de los “otros”, valiéndose del gobierno y sus políticas públicas para beneficio propio?
Este gobierno busca erosionar el contrato social que mantiene el pueblo argentino unido. El mismo que consolidó a lo largo de 200 años de independencia, características culturales y sociales únicas. Frente a sectores que desde ese lejano comienzo como nación, pretendieron una patria chiquita, para pocos. La dirigencia argentina debe levantar la nariz de las miserias momentáneas y convencerse que este no un país chiquito para aquellos que como buenos hijos del neoliberalismo, creen en el individualismo y la autogestión.
Marcelo Garcia