A cinco años de su último show en nuestro país en el estadio de Vélez Sarsfield, la banda californiana Green Day regresó en la noche del domingo al mismo escenario para renovar la fe del público local en el punk rock, acaso en su acepción más pop, para lo cual se valió de una ráfaga de canciones certeras, veloces, exultantes y, también, divertidas.
Pero el número central de la noche encontró además un aliado de lujo en Billy Idol, una leyenda del género, quien pareció no haber acusado recibo de los 31 años transcurridos desde su único paso por la Argentina, a juzgar por su soberbio set, que lo mostró en gran forma junto a una excelente banda, con el histórico guitarrista Steve Stevens como gran escudero.
La mecha encendida por el británico minutos después de la caída del sol encontró así la explosión definitiva cuando, cerca de las 23, el trío que le dio nuevos bríos al género en los `90 culminó su vertiginoso concierto con la misión cumplida de haber demostrado que el espíritu del punk rock está demasiado vivo.
Con el cantante y guitarrista Billie Joe Armstrong como gran animador de la velada, gracias a su gran carisma, aunque no figura excluyente porque el resto del grupo también brilló con su desempeño, Green Day provocó un literal cimbronazo con su adrenalítico concierto, que apenas se permitió alguna que otra balada imprescindible, como el caso de la famosa “Wake Me Up When September Ends”.
Salvo esos resquicios, fue poco menos de dos horas de una seguidilla de canciones, a un ritmo que por momentos hizo recordar a sus coterráneos de Los Ramones por la manera de enganchar los temas y sus altos tempos, aunque también el grupo se mostró deudor del punk británico de origen por la potencia y la gordura de su sonido.
La banda, que completan el bajista Mike Dirnt y el baterista Tré Cool, incluyó a su abanico punk con escalas en casi todas las paradas entre el pop y el hardcore, homenajes y guiños a clásicos del rock más heterodoxo y hasta algún destello de jazz.
Y aunque la química musical del trío funciona a la perfección, el aporte del guitarrista Jason White –ya casi un miembro más de la banda- y el tecladista y saxofonista Jason Freese elevó la vara.
Las variadas influencias de Green Day quedaron al descubierto en la elección de “Bohemian Rhapsody” de Queen y “Blitzkrieg Bop” de Los Ramones en los parlantes como preludio a su salida al escenario. La arenga en el escenario de Drunk Bunny, el conejo de peluche mascota de la banda también anunciaba que iba a haber diversión.
Entre explosiones, llamaradas de fuego y un gran despliegue lumínico, la banda marcó el terreno desde el inicio con “American Idiot”, “Holyday” y “Know Your Enemy”, en donde el frontman le cumplió el sueño a una fan de subir a cantar el estribillo con él.
En esa tónica iban a ir apareciendo éxitos como “Boulevard or Broken Dreams”, “When I Come Around”, “Welcome to Paradise”, “Longview”, “St. Jimmy” y “21 Guns”, entre tantos; homenaje a Kiss con “Rock and Roll All Nite” y guiño al “Iron Man” de Black Sabbath antes de iniciar “Hitchin´ a Ride”.
Pero si bien el repertorio no presentaba fisuras y la calidad sonora era demoledora, Green Day no se contentó y se propuso que tampoco faltara la diversión. Entonces, hubo permanentes arengas y alocuciones de Billie Joe Armstrong; el convite a un fan a subir a tocar la guitarra en “Knowledge”, en donde el agraciado resultó ser un joven de nombre Valentín de interesantes virtudes; y pequeñas performances como la realizada en el cover de los Isley Brothers “Shout”, con el grupo cumpliendo las órdenes que marca la letra de la canción.
El tramo final del concierto trajo otros grandes clásicos como “Basket Case”, “King for a Day”, la mencionada “Wake Me Up When September Ends”, “Jesus of Suburbia” y “Good Riddance (Time of Your Life)”.
Billy Idol, la gran sorpresa
Todo había comenzado a las 19.15 en punto cuando Billy Idol, uno de los sobrevivientes de la escena punk londinense de segunda mitad de los `70, de donde emergió con su grupo Generacion X, inició la memorable jornada con “Dancing With Myself”.
De figura impecable –tal vez algún “retoquecito” facial- y voz intacta, el artista también apostó a un vigoroso show, aunque desde la faceta más sensual que siempre caracterizó a su música.
Aperitivo del número central de la noche pero también de la fecha exclusiva que protagonizará el próximo martes 13 en el Luna Park, Billy Idol calentó el ambiente con “Cradle of Love” y “Flesh for Fantasy”, aunque además aprovechó para mostrar algunas canciones de su nuevo EP “Cage”, como el tema que da nombre a la placa o “Running From The Ghost”.
“Pasó tanto tiempo que volvimos a traer a algunas canciones. Esta está en uno de mis más grandes discos. Seguro la conocen”, dijo antes de interpretar “White Wedding” el hombre del pelo platinado y el costado izquierdo del labio superior eternamente levantado.
El gran set de Billy Idol tuvo como aliado fundamental a su gran banda, liderada por el magnífico Steve Stevens, quien encuentra en Billy Morrison a un buen ladero para intercambiar ráfagas de guitarras; el bajo de Stephen McGrath, los teclados de Paul Trudeau y la notable batería de Erik Eldenius.
“Eyes Without a Face” regaló un precioso momento antecedido por una hermosa introducción acústica de Stevens, “Mony Mony” puso a bailar a todos y “Rebel Yell” marcó el final con un Billy Idol en cuero –como hace 31 años atrás- y vociferando “volveré” mientras se retiraba. Por lo pronto, el martes tendrá su noche protagónica.
Pero si el martes habrá un nuevo reencuentro con el artista que sobrevoló desde la Londres de los ´70 hasta hoy, lo de la noche del domingo tal vez fue más importante a nivel simbólico. Fue un enlace generacional que unió dos ciudades y dos épocas distintas, para darle a Buenos Aires una buena dosis de variado punk rock.