El olvido de lo que son las personas, de la frágil humanidad de las personas, ha desplegado sobre ellas un funesto manto que les quita el sol de los sueños y la esperanza. Ésa es la razón por la cual los personeros del odio no temen en absoluto hablar descarnadamente, sin sensibilidad y respeto, del desamparo y desprotección que planean para dejarnos a la intemperie.
Como antiguamente en la cueva primigenia, los hombres y mujeres tienen miedo a lo desconocido y suelen amedrentarse, buscando refugio. Pero luego salen a la intemperie a enfrentar el fuego y la tormenta. Por esta última actitud, que nos caracteriza como humanos, la esperanza en la Humanidad es una hierba que siempre crece.
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